Pasó horas en el trasporte público, antes me ponía los auriculares, escuchaba mi música preferida, hasta que un día una señora decidió que los cascos no le iban a estorbar para contarme su vida.
Violó mi oído con un «PERDONA» que se folló sin reparo una octava de Dickinson.
Me quité los cascos molesta, pero mi educación me impidió increparle, la miré a los ojos y empezó contándome que había dejado hechos garbanzos, que tenía un hijo muy bueno que estaba malo de la cabeza, un marido poco hablador…
No me dejó meter baza en ningún momento, se bajó en no recuerdo que parada despidiéndose así: «bueno chica, has sido muy amable y muy dulce, he pasado un rato muy agradable, gracias por todo»
La vi alejarse cojeando ligeramente, se giró para decirme adiós con la mano y le correspondí alzando la mía, fue el primer día que decidí soltar mi móvil, dejar la música para otros momentos, para mirar por las ventanas del tren y el bus, para ver a quien se sienta cerca, sonreírle, decirle buenos días/tardes…
Desde que tomé esa decisión he conocido muchas vidas, me he reído y llorado en diez minutos de conversación, he comprendido lo bueno que es compartir una experiencia con alguien desconocido.
Ya no lo cambio por nada.